jueves, 24 de mayo de 2012

UN SUEÑO TRAS UNA REJA

                            Ya la calor no es un presentimiento sino una sofocante realidad.El sol esta alto sobre las calles de la vieja SEVILLA, sobre la orilla trianera, sobre ese sueño que es el barrio de SANTA CRUZ.
                        De pronto, ante mis ojos, como un espejismo, como un velado deseo del que me separa una hermosa reja de hierro forjado, aparece el breve paraíso de un patio.
                    Sombreado por la extendida vela, arrullado por el rumor cristalino de una pequeña fuente sobre cuyo mármol repiquetea el agua del surtidor; revestido del colorido de un infinito de flores que en macetas con escenas de monterías, cubren las lozas del suelo y la cal de la pared.
                    El frescor que se expande de su interior me acaricia el rostro mientras aspiro hondo, intentando atrapar con ansias las fragancias de los geranios, de las gitanillas, de las rosas de pitiminí, de los claveles del señorito que allí tienen su reino.
                   Y hay tiestos con pìlistras, con cintas, con pensamientos y con jazmines que trasminaran en la noche estrellada.
                   A mis oídos llega alegre el canto del canario o del jilguero; una vacía mecedora me ofrece el gozo de mil sueños en tarde lánguidas de siesta, con despertares a aroma de negro café que humea en la cocina, las sillas de enea parece que me estuvieran invitando a la amena tertulia ante unas copas de manzanilla, a las veladas distendidas hasta bien entrada la madrugada.
                                Por los rincones un gato deambula soñoliento, ronronea molesto por mi presencia, hasta que se tumba a dormitar bajo una mesa donde descansan las labores de croché y un libro entreabierto, casi podría asegurar que es un libro de poemas.
                   Cuantos ojos se habrán posado sobre sus blancas páginas, cuantas ilusiones habrá despertado el caudal de sus palabras.
                           Y sigo allí, agarrado a la negra reja, absorto en la contemplación de tan plácida belleza.
FOTO - MIGUEL ÁNGEL PINEDA
                  Tras una fugaz última mirada, sigo mi camino bajo el sol que abrasador domina el cielo, mientras recuerdo ese hermoso espejismo, acercándome al impersonal y gris bloque de pisos donde vivo.

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